I preached this sermon in the Spanish service; the English translation is below.
Oremos…
Que las palabras de mi boca y las meditaciones de nuestros corazónes sean aceptables ante tus ojos, Señor, nuestra fortaleza y nuestro redentor. Amén.
Al final de nuestra lectura de la carta de Pablo a la iglesia en Filipos, el dice:
Olvidándome de lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está por delante, prosigo hacia la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial de Dios en Cristo Jesús. (v. 13-14)
Y tal vez sea porque la gimnasta Simone Biles acaba de ganar su vigésimo título mundial, pero la palabra “premio” me llamó la atención.
A menudo, cuando la gente habla de vivir una vida fiel, parece que estamos tratando de ganar un premio. El premio es el cielo, ¿verdad? Es "el lugar bueno": una ciudad celestial con calles doradas y puertas de perlas. Y sólo necesitamos ser lo suficientemente buenos o trabajar lo suficientemente duro para llegar allí.
Pero el premio que Pablo nombra no es el cielo, o al menos no es como se ve el cielo en las películas o en la televisión.
A diferencia de su carta a los Gálatas, donde Pablo aborda un conflicto en su iglesia y comunidad, o su carta a los romanos, donde presenta muchas de las principales enseñanzas del cristianismo a su audiencia, la carta de Pablo a los Filipenses anima a sus oyentes a regocijarse en su conocimiento de Cristo.
Seguir a Jesús o vivir como discípulo se trata de vivir con alegría, unidos en Cristo.
Filipos era una colonia romana y muchos de sus residentes eran veteranos del ejército romano. Estos mismos soldados podrían haber perseguido a la Iglesia primitiva en los lugares bajo ocupación romana. Y Pablo les recuerda que él también era un líder judío, un fariseo celoso que perseguía a la Iglesia, pero todo eso desapareció cuando se encontró con Cristo Jesús.
Todo el comportamiento y pensamiento deshonroso y pecaminoso que marcó nuestras vidas antes de Cristo eseliminado, en la fe. Como hace referencia Pablo en el v. 9, para cada uno de nosotros, Jesús hace lo que se puede llamar “un intercambio feliz”, quitando todo nuestro pecado y dándonos su justificacion.
El “premio” al que hace referencia Pablo no es una medalla bañada en oro ni un premio mayor de lotería; es vida en relación con Dios.
Vivimos como discípulos imitando a Cristo y volviéndonos más semejantes a Cristo. No es algo que podamos lograr con nuestros propios esfuerzos, sino una meta por la que trabajar mientras vivimos nuestras promesas bautismales. Perseguir este objetivo de una vida fiel implica escuchar a Dios y seguir su llamado en nuestras vidas a amarnos y servirnos unos a otros.
Como escribe Pablo, dice que Cristo Jesús lo agarró o lo hizo suyo. (v 12) Y me pregunto, ¿cuándo en tu vida, has sido agarrado por Cristo Jesús?
A menudo cuento la historia de cómo regresé a la iglesia. Estaba en la universidad y un amigo me invitó a una reunión ministerial universitaria. Algún tiempo después, el grupo estaba planeando un viaje a la playa para las vacaciones de primavera y yo me inscribí. Fue un retiro, con conferencistas, música y adoración. La gente allí describió a Dios y el amor de Dios por mí de una manera que no recordaba haber escuchado antes. Y regresé a la iglesia y comencé a aprender más sobre cómo vivir una vida fiel, fundada en Jesús.
Otro momento en el que pensamos en que Jesús nos atrape o llame nuestra
atención podría ser en el bautismo. Allí hablamos de cómo Dios nos renombra
hijos de Dios. El Dios que nos conoce desde antes de que naciéramos nos
reconoce y nos reclama.
Y otro momento puede ser cuando estemos en crisis, cuando describamos cómo Dios nos sostiene y nos consuela. En Isaías 40, tenemos la imagen de Dios como un pastor, cargando a sus corderos en sus brazos y en Mateo 23 y Lucas 13 tenemos la imagen de Dios como una gallina maternal, juntando sus polluelos bajo sus alas. Hay seguridad en la presencia de Dios.
Cualesquiera que sean las circunstancias, algo sucede y tenemos lo que Pablo describe como una revelación, una nueva comprensión de lo que Dios está haciendo en nuestras vidas.
Y Pablo es honesto aquí, incluso después de su experiencia de encontrar a Cristo, incluso con todo su conocimiento de las Escrituras y de nuestro Salvador, todavía no ha logrado su objetivo.
Él sabe que somos santos y pecadores, justificados y santificados por Cristo, y aún así, debido a nuestra condición humana, pecadores. Lutero llamó al pecado volverse hacia nosotros mismos, y cuando estamos encerrados en nosotros mismos, es muy difícil ver a alguien más, amar a alguien o servir a alguien más.
Pero Dios también lo sabe y Dios continúa esperándonos, continúa morando con nosotros y continúa amándonos, y por esa misericordia, ¡nos regocijamos!
Gracias a Dios.
At the end of our reading from Paul’s letter to the church in Philippi, he says,
forgetting what lies behind and straining forward to what lies ahead, I press on toward the goal for the prize of the heavenly call of God in Christ Jesus. (v. 13-14)
And maybe it’s because the gymnast Simone Biles just won her twentieth world championship title, but the word “prize” grabbed my attention.
Often, when people talk about living a faithful life, it sounds like we are trying to win a prize. The prize is heaven, right? It’s “the good place” - a celestial city with golden streets and pearly gates. And we only need to be good enough or work hard enough to get there.
But the prize that Paul names isn’t heaven, or at least it’s not what heaven looks like in movies or on television.
Unlike his letter to the Galatians where Paul addresses a conflict in their church and community, or his letter to the Romans where he presents many of the main teachings of Christianity to his audience, Paul’s letter to the Philippians encourages his hearers to rejoice in their knowledge of Christ.
Following Jesus or living as a disciple is about living joyfully, united in Christ.
Philippi was a Roman colony, and many of its residents were veterans of the Roman army. These same soldiers might have persecuted the early Church in the places under Roman occupation. And Paul reminds them that he too, was a Jewish leader, a zealous Pharisee who persecuted the Church, but all of that fell away when he encountered Christ Jesus.
All of the dishonorable and sinful behavior and thinking that marked our lives before Christ is discarded, in faith. As Paul references in v. 9, for every one of us, Jesus makes what can be called “a happy exchange”, taking all of our sin away and giving us his righteousness.
The “prize” that Paul references isn’t a gold-plated medal or a lottery jackpot; it is life in relationship with God.
We live as disciples by imitating Christ and becoming more Christ-like. It’s not something we can achieve by our own efforts, but a goal to work toward as we live into our baptismal promises. Pursuing this goal of a faithful life is about listening to God and following God’s call on our lives to love and serve one another.
As Paul writes, he says Christ Jesus has grabbed him or made him his own. (v 12) And I wonder, when in your life, have you been grabbed by Christ Jesus?
I often tell the story of how I returned to the church. I was in college and a friend invited me to a campus ministry meeting. Sometime later the group was planning a beach trip for spring break, and I signed up. It was a retreat, with speakers and music and worship. The people there described God and God’s love for me in ways that I didn’t remember hearing before. And I came back to church and began to learn more about living a faithful life, grounded in Jesus.
Another time when we think about Jesus grabbing us or getting our attention might be at baptism. There we talk about how God renames us children of God. The God who has known us since before we were born recognizes us and claims us.
And still another time may be when we are in crisis, when we describe how God holds us and comforts us. In Isaiah 40, we have the image of God as a shepherd, carrying his lambs in his arms and in Matthew 23 and Luke 13 we have the image of God as a mothering hen, gathering her chicks under her wings. There is security in God’s presence.
Whatever the circumstances are, something happens, and we have what Paul describes as a revelation, a new understanding of what God is doing in our lives.
And Paul is honest here, even after his experience of encountering Christ, even with all of his knowledge of Scripture and our Savior, he still hasn’t achieved his goal.
He knows that we are both saint and sinner, justified and sanctified by Christ, and still, because of our human condition, sinful. Luther called sin being turned in on ourselves, and when we are turned in on ourselves, it is very difficult to see anyone else, to love anyone else or to serve anyone else.
But God knows this too and God continues to wait for us, continues to abide with us and continues to love us, and for that mercy, we rejoice!
Thanks be to God.
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