Mateo 13:24-30, 36-43
I preached this sermon in the Spanish service; the English translation is below.
Oremos…
Sean gratos los dichos de mi boca y las meditaciones
de nuestros corazones delante de ti, oh Jehovah, Roca mía y Redentor mío. Amén. (Salmos19:14 RVA)
Si teníamos alguna duda después de la parábola del
sembrador de la semana pasada, el evangelio de esta semana confirma que Jesús
no era un agricultor. La semana pasada aplaudió al sembrador que sin control y
extravagancia sembró semilla por doquier, y esta semana el maestro en su
parábola les dice a sus trabajadores que dejen la hierba donde está y la dejen crecer
junto a la buena semilla.
Más importante aún, esta parábola confirma que el reino
de Dios está más allá de nuestra comprensión de cómo funcionan las cosas.
Recuerde que, con parábolas, Jesús recurre a imágenes e
historias de la vida cotidiana para transmitir quién es Dios y cómo es el reino
de Dios.
A nuestro alrededor, el kudzu y la hiedra venenosa son
amenazas mayores que una mala hierba parecida que crece entre las buenas
cosechas, pero creo que todavía podemos escuchar la verdad en las palabras de
Jesús, especialmente cuando recordamos que en realidad no está enseñando sobre
agricultura o jardinería, sino sobre el reino de Dios y cómo vivimos juntos
en él como pueblo de Dios.
Jesús les cuenta a los discípulos una historia sobre un
amo que siembra buena semilla. La visión del amo son campos de ámbar ondeando al sol. El amo
nunca tiene la intención de que se desarrollen pudriciones o descomposición,
hongos o enfermedades.
Pero la parábola dice: “Mientras todos dormían, vino un
enemigo y sembró cizaña entre el trigo…”
Pasado algún tiempo, las plantas brotan y comienzan a dar
grano, y los trabajadores ven que allí entre el trigo sano hay cizaña, plantas
parecidas al trigo que estropearán la harina.
Al principio, quieren saber quién tiene la culpa: "señor,
¿no sembraste buena semilla en tu campo?" (13:27). Puedes escuchar su
pregunta en silencio: "¿Hizo algo el señor para causar esto?" Es un
eco de las palabras de los fariseos cuando vieron al ciego. (Juan 9) Todo el
mundo quiere saber, "¿De quién es el pecado para culparle?"
Y luego, los trabajadores se enfocan en el problema y
quieren hacer algo al respecto.
Quieren arreglarlo.
Quieren separar lo bueno de lo malo.
Quieren hacerlo bien.
Pero cuando van al amo y le piden desyerbar los campos antes
del tiempo de la cosecha, el amo los sorprende.
El amo explica que no pueden arreglarlo. Las plantas son
demasiado similares y sus raíces están entrelazadas, por lo que si arrancan
una, es probable que también destruyan la otra. Habrá que permitir que lo
bueno y lo malo crezcan juntos.
El amo no se asusta; confía en que, en la siega, se
separará el trigo y la cizaña, y se salvará la buena cosecha.
La parábola afirma que, a pesar de las apariencias, el
amo sabe lo que sucede y tiene el control. Todos hemos escuchado a alguien
decir: “Dios tiene el control” frente a circunstancias que eclipsan nuestra
capacidad para manejarlas o solucionarlas.
A menudo, creo que esas palabras pueden hacer más daño
que bien, pero esta parábola puede brindarnos otra forma de escucharlas.
Está claro aquí que el amo procuraba el bien, y el
enemigo entró y sembró el mal a su lado. Entendiendo al amo como Dios, la
intención de Dios permanece invariable y, a su debido tiempo, prevalecerá el
bien.
Durante una crisis, cuando acepto que no puedo arreglar
la situación y, de hecho, Dios no hace que eso sea mi responsabilidad,
encuentro consuelo al saber que Dios no es una divinidad distante y desorientada.
Dios ve el mal en el mundo que se opone a la buena visión
de Dios para el pueblo amado de Dios.
Dios nos llama a renunciar a ella y a tener la confianza
de que Dios está obrando para vencerla.
Esta parábola afirma que Dios no nos deja solos.
Dios sigue comprometido e involucrado en la obra del reino, y Jesús nos dice
que también hay otros trabajadores en el reino de Dios: plantadores,
trabajadores y segadores. Todos tenemos un lugar y un papel, y Dios trabaja
junto a todos nosotros para traer su reino aquí a la tierra.
Y nuestro trabajo no es determinar quién es maleza y
quién no. No somos llamados a separar el mundo en buenos y malos, y no somos
nosotros quienes lo arreglaremos de nuevo. Eso es la obra de Dios.
Al escribir sobre esta parábola, el sacerdote episcopal
Robert Farrar Capon observa que “debido a que el bien y el mal habitan en los
mismos seres humanos individuales…el único resultado de una campaña para deshacerse del mal
será la destrucción de literalmente todos”. [i]
En nuestra condición humana, el pecado está siempre
presente en nuestras vidas, no podemos, por nuestra propia fuerza, arrancarlo
con éxito.
Afortunadamente, como escribió Lutero, “la gracia y la
misericordia están allí donde Cristo en la cruz te quita el pecado, lo lleva
por ti y lo destruye”. [ii] Dios reconoce lo que es bueno y amado en nosotros
incluso cuando estamos infectados por el pecado y, por su gracia infinita,
arranca el pecado y nos restaura a la plenitud.
Dios hace eso, no nosotros.
Esta parábola nos dice cómo debemos vivir juntos en el
reino de Dios. En el versículo 30, la palabra griega traducida como “que
crezcan juntos” viene de la misma raíz que “dejar ir” o “perdonar”.
Reconociendo que nuestras vidas están conectadas entre sí
y que nuestro bienestar, nuestra capacidad para crecer y prosperar y encarnar
el reino de Dios en la tierra es dependente de unos de otros, no estamos
llamados a destruir o excluir a otros mientras nos esforzamos por alcanzar la
perfección elusiva; no estamos llamados a usar la fuerza ruda para hacer que
otros se conformen o crezcan de la misma manera que nosotros.
Estamos llamados a ser una comunidad donde todos puedan
ser alimentados y nutridos, y a escuchar la dirección de Dios y confiar en la
intención, el poder y la gracia de Dios para producir la cosecha que Dios ha
ordenado y que Dios está obrando entre nosotros.
Oremos…
Santo Dios,
Ayúdanos a recordar que tu labor produjo la creación y
nosotros no somos sino obreros en tu Reino;
Danos paciencia con nosotros mismos y con los demás
mientras vivimos en la maldad y el quebrantamientoy el pecado de este mundo;
Enséñanos a ver siempre el pecado en nosotros mismos y en
los demás la luz de tu gracia, confiados en tu abundante amor y misericordia.
En el nombre de tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor y Salvador,
oramos.
Amén.
[i] Robert Farrar Capon. Kingdom, Grave Judgment. 87.
[ii] “Sermon on Preparing to Die,” Martin Luther’s Basic Theological Writings (2nd ed.),” Timothy F. Lull, Editor. 422.
Matthew 13:24-30, 36-43
If we
had any doubt after last week’s parable of the sower, this week’s gospel
confirms that Jesus was no farmer. Last week he applauded the sower who
recklessly and extravagantly sowed seed everywhere, and, this week, the master
in his parable tells his workers to leave the weeds where they are and let them
grow up alongside the good seed.
More
importantly, this parable confirms that God’s kingdom is beyond our
understanding of how stuff works.
Remember
that, with parables, Jesus draws on images and stories from everyday life to
illuminate who God is and what the kingdom of God looks like. Around us, kudzu
and poison ivy are greater threats than a look-alike weed growing among good
crops, but I think we can still hear the truth in Jesus’ words, especially when
we remember that he really isn’t teaching about farming or gardening, but about
the kingdom of God and how we live
together in it as God’s people.
Jesus
tells the disciples a story about a master who sows good seed. The Master’s
vision is fields of amber waving in the sun.
The Master never intends for rot or decay, fungus or disease to develop.
But
the parable says, “While everyone was asleep, an enemy came and sowed weeds
among the wheat…”
After some
time has passed, the plants come up and begin to bear grain, and the workers
see that there among the healthy wheat are tares, look-alike plants that will
spoil the flour.
At
first, they want to find out who is to blame: “Master, didn’t you sow good seed
in your field?”(13:27)
You
can hear their unspoken question, “Did the Master do something to cause this?”
It is an echo of the words of the Pharisees when they saw the blind man. (John
9) Everyone wants to know, “Whose sin is to blame?”
And then,
the workers focus on the problem, and they want to do something about it.
They
want to fix it.
They
want to separate the good from the bad.
They
want to make it right.
But
when they go to the master and ask to weed the fields before the harvest time,
the master surprises them.
The
master explains that they can’t fix it. The plants are too similar, and
their roots are intertwined, so if they tear out one, they’ll likely destroy
the other too. The good and the bad will
have to be allowed to grow up together. The Master is not panicked; he is
confident that, at the harvest, the wheat and the tares will be separated and
the good crop will be salvaged.
The
parable affirms that, despite appearances, the
Master knows what is happening and is in control. We have all heard someone
say, “God is in control” in the face of circumstances that eclipse our ability
to manage them or fix them.
Often,
I think those words can often do more harm than good, but this parable may
provide us with another way to hear them.
It is
clear here that the Master intended good, and the enemy came in and
sowed evil alongside it. Understanding the Master as God, God’s intention
remains unchanged, and, in due time, good will prevail.
During
a crisis, when I accept that I cannot fix the situation, and in fact God
doesn’t make that my responsibility, I find comfort in knowing that God isn’t
some distant, clueless deity. God sees the evil in the world that opposes God’s
good vision for God’s beloved people. God calls us to renounce it and have
confidence that God is working to overcome it.
This
parable affirms that God does not leave
us alone. God remains engaged and involved in the work of the kingdom, and
Jesus tells us there are other workers in God’s kingdom, too— planters, workers
and reapers. We all have a place and a role, and God works alongside us
all to bring about the kingdom here on earth.
And
our job is not to determine who is weedy and who isn’t. We aren’t called to
separate the world into good and bad, and we aren’t the ones who will set it
right again. That’s God work.
Writing
about this parable Episcopal priest Robert Farrar Capon observes that “because
good and evil inhabit the same individual human beings…the only result of a
campaign to get rid of evil will be the abolition of literally everybody.” [i]
In our
human condition, sin is ever-present in our lives, we cannot, by our own
strength, successfully yank it out.
Thankfully,
as Luther wrote, “grace and mercy are there where Christ on the cross takes
your sin from you, bears it for you and destroys it.”[ii] God
recognizes what is good and beloved in us even when we are infected by sin,
and, by his infinite grace, roots out the sin and restores us to wholeness.
God
does that, not us.
This
parable tells us how we are to live
together in God’s kingdom. In verse 30, the Greek word translated as “let
them grow together” comes from the same root as “let go”, “pardon” or
“forgive.”
Recognizing
that our lives are connected to each other and our wellbeing — our ability to
grow and thrive and embody God’s kingdom on earth — is dependent on each other,
we are not called to destroy or exclude others while we strive for elusive
perfection; we are not called to bring brute strength to bear to make others
conform or grow in the same way we do.
We are
called to be a community where everyone may be fed and nourished, and to listen
for God’s direction and trust in God’s intention, power and grace to bring
about the harvest that God has ordained and that God is working out in our
midst.
Let us
pray…
Holy
God,
Help
us remember that your labor brought forth creation and we are but workers in
your Kingdom;
Give
us patience with ourselves and others as we live in the weeds and brokenness,
the evil and sinfulness of this world;
Teach
us to always see sin in ourselves and others in the light of your grace,
confident in your abundant love and mercy.
In the
name of your Son Jesus Christ, our Lord and Savior, we pray.
Amen.
[i] Robert
Farrar Capon. Kingdom, Grave Judgment.
87.
[ii] “Sermon
on Preparing to Die,” Martin Luther’s
Basic Theological Writings (2nd ed.),” Timothy F. Lull, Editor.
422.