I preached this sermon in the Spanish service; the English translation is below.
Oremos…
Que las palabras de mi
boca y las meditaciones de nuestro corazón sean gratas a tus ojos, Señor,
nuestra fortaleza y nuestro redentor. Amén.
Me gusta la pregunta que hace Jesús. Pregunta a sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?" Y luego pregunta: “Y vosotros ¿Quién decís que soy yo?”
Has oído esta historia. Mateo, Marcos y Lucas lo incluyen en sus evangelios.
Simón Pedro –el mismo hombre que vimos hundirse en el agua, el mismo que sabemos que negará a Jesús tres veces en su arresto– confiesa que Jesús es el Mesías, el ungido.
Escuchando a Pedro, me pregunto cómo responderíamos a Jesús. Creo que es una pregunta devocional interesante, que podemos plantearnos durante momentos de meditación y reflexión.
Pero también creo que la pregunta es una distracción.
Porque, como señaló irónicamente un colega, no
importaba si Pedro respondía bien o no. Nuestra opinión no cambia quién
es Jesús. La identidad de Jesús se encuentra en quién Dios dice que es.
En el evangelio de Mateo, Jesús responde a la confesión de Simón Pedro, alabándolo y diciéndole que él será la roca sobre la cual se edificará la iglesia.
Pero Lucas y Marcos sólo registran la severa advertencia y el mandato de Jesús a los discípulos de no contarle a nadie acerca de él.
Nunca aprendemos por qué Jesús alentó en ocasiones la discreción o incluso el secreto por parte de sus seguidores. Cuando cura al leproso (Mateo 8, Marcos 1, Lucas 5) les dice que no se lo diga a nadie excepto al sacerdote. Y nuevamente, después del evento de la transfiguración (Mateo 17, Marcos 9, Lucas 9), advierte a sus discípulos que no le hablen a nadie sobre el Mesías.
Los acontecimientos del evangelio de hoy tuvieron lugar en Cesárea de Filipo, una ciudad grecorromana donde había un santuario dedicado a Pan, que era el dios griego de los pastores y los rebaños. Me imagino las escenas de algunas de las películas ambientadas en el mundo antiguo y puedo imaginar el ruido y el caos de la escena.
Entonces, tal vez Jesús no quería provocar a los líderes religiosos o políticos todavía, o tal vez sabía la violencia que enfrentarían más tarde y estaba tratando de proteger a sus seguidores hasta que estuvieran mejor equipados para liderar a otros y enfrentar la oposición.
En cualquier caso, la confesión de Pedro es un
punto muy importante. De ahora en adelante Jesús será más directo en sus
explicaciones del sufrimiento y la muerte que le espera como Mesías.
Por hoy, creo que lo que importa es nuestra comprensión de lo que significa decir en voz alta que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios.
Jesús no sólo fue un buen rabino o maestro.
No fue uno de los profetas antiguos, como Elías
o Jeremías, que confrontaron al pueblo con su infidelidad.
Y no fue Juan el Bautista quien llamó al pueblo
al arrepentimiento.
Cuando proclamamos a Jesús como el Mesías, el ungido, proclamamos que él es el enviado de Dios para nuestro bien.
Cuando llamamos a Jesús Mesías, lo nombramos como
quien revela el amor de Dios por todos nosotros.
Y, cuando llamamos a Jesús Mesías, también
estamos nombrando nuestra dependencia de él, para la salvación y para la vida.
Y si eso es lo que significa llamar a
Jesús Mesías, también significa que no estamos buscando esas
cosas en alguien o en algo más. Significa que no escuchamos cuando voces en
competencia intentan captar nuestra atención y lealtad, y los poderes de
nuestro mundo intentan decirnos que no necesitamos a Jesús ni la fe.
Hace unos años participé en un grupo de personas que pasaban tiempo juntas en oración y silencio. y una de mis prácticas favorita era que nos pedian que dejáramos nuestros títulos en la puerta. En ese espacio no importaba saber quién era pastor, maestro, músico o quién tenía un doctorado. Fue un recordatorio regular de que nuestra identidad no se encuentra en nuestros logros, nuestro trabajo o incluso nuestras familias. Nuestra identidad proviene de lo que Dios dice que somos: hijos amados, amados y perdonados.
Gracias a Dios.
I like the question Jesus asks. He asks his disciples, “Who do people say that I am?” And then he asks, “Who do you say that I am?”
You have heard this story. Matthew, Mark and Luke, all include it in their gospels.
Simon Peter – the same man who we watched sink into the water, the same one who we know will deny Jesus three times at his arrest – confesses Jesus is the Messiah, the anointed one.
Listening to Peter, I wonder how we would answer Jesus. I think it’s an interesting devotional question, one we can ask ourselves during times of meditation and reflection.
But I also think that the question is a distraction.
Because as one colleague wryly noted, it didn’t matter whether Peter answered well or not. Our opinion doesn’t change who Jesus is. Jesus’ identity is found in who God says he is.
In Matthew’s gospel, Jesus responds to Simon Peter’s confession, praising him and telling him that he will be the rock on which the church will be built.
But Luke and Mark only record Jesus’ stern warning and command to the disciples not to tell anyone about him.
We never learn why Jesus encouraged discretion or even secrecy from his followers at times. When he heals the leper (Matt. 8, Mark 1, Luke 5) he tells him not to tell anyone except the priest. And again, after the event of the transfiguration (Matt. 17, Mark 9, Luke 9), he warns his disciples not to tell anyone about the Messiah.
The events of today’s gospel took place in Caesarea Philippi, a Greco-Roman city where there was a shrine dedicated to Pan who was the Greek god of the shepherds and flocks. I imagine the scenes from some of the movies that have been set in the ancient world and can picture the noise and chaos of the scene.
So perhaps Jesus didn’t want to provoke the religious or political leaders just yet, or perhaps he knew the violence they would face later and he was trying to protect his followers until they were better equipped to lead others and face opposition.
In any case, Peter’s confession is a turning point. From now on Jesus will become more direct in his explanations of the suffering and death that awaits him as the Messiah.
For today, I think what matters is our understanding of what it means to say aloud that Jesus is Messiah, Son of God.
Jesus was not only a good rabbi or teacher.
He was not one of the ancient prophets, like Elijah or Jeremiah, who confronted the people with their faithlessness.
And he was not John the Baptist, who called people to repentance.
When we proclaim Jesus as Messiah, the anointed one, we proclaim he is the One sent by God for our sake.
When we call Jesus Messiah, we are naming Him as the one who reveals God’s love for us all.
And, when we call Jesus Messiah, we are also naming our dependence upon him, for salvation and for life.
And if that is what it means to call Jesus Messiah, it also means we are not looking for those things in someone or something else. It means we don’t listen when competing voices try to capture our attention and loyalty, and powers in our world try to tell us we don’t need Jesus or faith.
A few years ago I participated in a group of folks who spent time together in centering prayer and silence. And one of my favorite practices was that we were asked to leave our titles at the door. In that space, it wasn’t important to know who was a pastor, a teacher, a musician, or who had a doctoral degree. It was a regular reminder that our identity is not found in our achievements, our work, or even our families. Our identity comes from who God says we are – beloved children, loved and forgiven.
Thanks be to God.